Una fragancia amanerada

paulaetcetera
3 min readApr 5, 2021

Los personajes homosexuales en el cine siempre han sido un aroma, algo que va implícito y de puntillas por el ambiente, algo que solo los más astutos son capaces de identificar. En concreto, la sexualidad masculina ha sido tradicionalmente una representación sútil de los comportamientos menos canónicos del hombre, protagonista del cine clásico. Esto deriva en el clásico tópico sobre mentes perturbadas y psicópatas empedernidos; pero expertos en perfumería. Dentro del cine es ampliamente conocida la existencia de “amigos perfumados”, con sangre fría y mente calculadora.

Pruebas unívocas de la negativa social por aceptar la homosexualidad masculina, y esa propia negación ante cualquier comportamiento que la referenciara, es reflejada a través de criminales y asesinos engominados en traje. El origen de dicha intolerancia en la pantalla se remonta a la sociedad de los años cincuenta, sumida en valores conservadores y religiosos.

Estos prejuicios, sumados a la implantación del Códio Hays (1937–1967) en Estados Unidos y al contexto de posguerra, son el motivo por el cual se prolongó la tipificación de estos varones, de ideas psicóticas, a través de películas como La Soga (1948) o Extraños en un tren (1951) del precursor de la inclusión del colectivo en la industria: Alfred Hitchcock.

En ellas se muestra que la “inclusividad” de los directores se escurría entre las legalidades para dar el salto a la pantalla; aunque fuera en busca de la risa fácil y la ridiculización, para satisfacer las fantasías de un público heterosexual. El protagonista de La soga (1948), Brandom, está encarnado por John Dall, un personaje amanerado y retorcido, que despierta la simpatía de las mujeres en conversaciones sobre colonias; en definitiva, es la viva imagen de la tolerancia fingida.

Es cierto que la homosexualidad en el cine clásico era representada con sutileza y vergüenza, al igual que en la actualidad se representa con la condición de que sus ejecutantes pierdan la personalidad. A comienzos del nuevo siglo, se estrenaron películas como Brokeback Mountain (2005), con pretensiones de visibilidad; sin embargo, sus tramas se enredaban entorno a la misma vergüenza que regía las mentes de los personajes Hollywoodenses décadas atrás.

El agotamiento que supone ser homosexual se apodera del planteamiento, nudo y desenlace de la mayoría de las representaciones que encontramos en la actualidad, sacando a la luz el oprobio originario de las negativas de los actores a participar en el largometraje, tal y como dijo Gus Van Sant: “Nadie lo quería hacer. Estaba trabajando en la película y sentía la necesidad de conseguir un elenco potente y famoso. No funcionó. Le pregunté a los sospechosos habituales: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Matt Damon, Ryan Phillippe. Todos dijeron que no”.

La historia de amor, entre dos vaqueros casados, nace para representar el problema que supone ser homosexual de cara a la pantalla. Mientras que de cara a la vida real, expone la pérdida de identidad de estos personajes. Love, Simon (2018) es otra representación cuya trama gira entorno a la dificultad de ser gay en el mundo actual. A estas dos se suman una larga lista de películas entre la que destaca Call me By Your Name (2017), un largometraje que narra un amor de verano en la Toscana en el que, finalmente, Eliot queda desolado, y el desarrollo de las personalidades queda postergado.

La presunta visibilidad cinematográfica apuesta por la simpleza y la encarnación del estereotipo en la totalidad de los protagonistas. No hay comedias de cine gay, ni hay dramas. Solo hay cine gay, cine protagonizado por hombres que se enamoran de otros hombres para poner de manifiesto la vergüenza, ya no implícita ni del espectador, sino diegética del propio personaje; miserias anticuadas adaptadas a una misma historia, repetida bajo títulos y rostros diferentes.

Es innegable que algo ha cambiado en la representación de la minoría. Sin embargo, cabe cuestionarse si realmente es suficiente que la carcajada se haya convertido en lágrima, y llamarle a eso visibilidad.

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paulaetcetera

Ciento sesenta caracteres para presentarme. A caracter por día no llego a medio año. Y a día por caracter no llego a olvidarlo.